Fue llegar a Hondarribia y caernos la galerna
encima mientras montábamos campo base en Cabo de Higer.
El
saliente pétreo es un prodigioso mirador al mar desde cuya vista se extiende la
panorámica hacia Las Landas.
En Faro de Higer, al alba y al atardecer, las vistas matizadas abruman. Allí, expuesta al azote del viento
tempestuoso que agitó mis cabellos, deseé no pestañear. Enmudecí con el bramido de
la mar que se encuentra de forma brava y mística, irremisiblemente, contra el
acantilado... al mismo tiempo es imposible no estremecer.
En Hondarribia es manifiesta la tradición de mar.
Los niños y niñas asisten a clases de vela desde muy jóvenes.
Al salir con el kayak de la playa de Hondarribia,
por la izquierda, cercanos al muro próximo
del puerto pesquero, habiendo pasado las
boyas que separan la zona de navegación de la de baño; esquivamos a los pequeños botes de velas chicas, en los que experimentaban, concentrados en sus primeras navegaciones:
niños y niñas de no más de once o doce años.
Mientras les observo pienso que es fabuloso que a esos locos bajitos se les note en el rostro y en los gestos lo mucho que les apasiona jugar con Eolo y Océano. Impetuosos y apurados también en sus maniobras, me arrancan una sonrisa esperanzada.
Mientras les observo pienso que es fabuloso que a esos locos bajitos se les note en el rostro y en los gestos lo mucho que les apasiona jugar con Eolo y Océano. Impetuosos y apurados también en sus maniobras, me arrancan una sonrisa esperanzada.
Entre olas ese día, tras la galerna, fluctué
íntimamente encaramada en la mar salada inmersa en el gran manteo de agua.
Pasado el Puntal de Hondarribia, entrando a la
Ría del Bidasoa, el oleaje disminuyó considerablemente.
Las sensaciones eran distintas, como distinto el trascurrir pues es una Ría muy transitada por embarcaciones de recreo, pequeños barcos pesqueros y turísticos que vienen y van.
Las sensaciones eran distintas, como distinto el trascurrir pues es una Ría muy transitada por embarcaciones de recreo, pequeños barcos pesqueros y turísticos que vienen y van.
Una hoja del remo en España, otra en Francia.
Hondarribia, Hendaya, Hondarribia, Hendaya.
Bahía de Chingoudy. Txingudi
Velas recogidas, escotillas bajadas, singulares
nombres grabados con los que se asignaron las embarcaciones.
Los reflejos del sol en el agua cambian con cada
nube que sobrevuela. Aves extrañas de algodón blanco.
El Bidasoa revuelto. Palos y hojas secas en la superficie,
agua turbia.
Trazamos hasta el primer puente. Remamos la mixtura
de agua dulce y salada.
Irún a la derecha, Hendaya a la izquierda.
Pasamos bajo el Puente Internacional Irún-
Hendaya, entre los pilares.
Puentes que salvan distancias, acercan culturas y
vidas...
La vuelta fue calma, disfrutando las remadas
entre barcos amarrados a puerto.
Las gaviotas colonizaban las proas de los
pequeños pesqueros y también de yates .
Apreciamos los cascos más nuevos, también los más trillados por los envites de
la mar.
Los reflejos cambian en
cada rayo de sol que consigue colarse entre las algodonadas pareidolias.
Y allí, propulsándonos
con las propias energías, cortando el agua con las hojas de la pala, empujábamos
hacia atrás el agua que nos hizo progresar.
Movimiento, cadencia, compás, harmonía de
pensamientos. Siempre, movimiento.
Hermosísimos
veleros retornaban a puerto. Barcos de soporte a submarinistas, pequeñas
lanchas pesqueras entraban en la ría.
Nosotros dos a la par, regresamos. Remar hacia mar abierta para después dirigirnos a la playa de Hondarribia de nuevo.
Habiendo salido de la línea de la embocadura de la ría, noté el cambio del oleaje que hizo cabriolear risueño el kayak.
Esperamos conformes el paso de veleros que marcaban rumbo claro en línea a nuestra ruta de regreso.
Nosotros dos a la par, regresamos. Remar hacia mar abierta para después dirigirnos a la playa de Hondarribia de nuevo.
Habiendo salido de la línea de la embocadura de la ría, noté el cambio del oleaje que hizo cabriolear risueño el kayak.
Esperamos conformes el paso de veleros que marcaban rumbo claro en línea a nuestra ruta de regreso.
Tiempo de espera, en alta mar para sellar la
navegación perfecta.
Las olas eran un gran manto que ondeaba. Las
ondulaciones azules y plateadas. El horizonte y un velero que azotado por el
viento viraba a babor y estribor.
Y allí, sentada en el kayak, pensando en
adentrarme lejos, allá lejos y que el viento y yo gobernásemos juntos buenos
momentos.
De vuelta tras las boyas blancas hasta llegar al
paso de embarcaciones y pisar arena.
Faro Higer, momento de
relax. Escribí a cobijo de los últimos coletazos de la galerna a buen
resguardo en el interior de la tienda de campaña tras la intensa tarde de
navegación.
"Y
aquí, ahora, sigue lloviendo mucho, por momentos.
Nos
hemos despedido de la pareja que viaja en Tandeen, canadienses. Se van, se
han ido...
Y
aquí, ahora, el viento y las gaviotas ahí fuera."
La noche no iba diluirse ahí, aquel día aún
quedaban momentos por reír.
4 comentarios:
Qué bien sabes contarlo, Chiti.
Gracias Meli, me alegra mucho la visita y que te guste. Besinos.
Esta vez sí que os superásteis !!! Con este tiempo, salir de una playa y adentraros por una ría !!!! Veo que le estais cogiendo el punto a esto de remar. Dentro de poco os veré cruzando "de Unquera a Vegadeo". Sois unos cracks, de verdad.
Un abrazo muy fuerte.
Esto fue en verano Vitor. Estuvimos navegando agosto fuera,iré publicando más días de salidas a alta mar.Como siempre me alegra que te guste, gracias. Saludin a Ra.
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